domingo, 23 de octubre de 2011

Saturnal en la Ola Verde. By Fuckzoo

No sientan miedo, a veces la vida es así. Había comenzado mi viaje esperando visitar a unos muertos debajo del Volcán de Colima, antepasados mios cuyas muertes no fueron lloradas. Salí de Ciudad de México y subí hasta Aguascalientes, de ahí inicié mi viaje al mar. Sin dificultad crucé la sierra (la misma de los lagos secos y los fantasmas homosexuales que aparecen en las guías de turista). Y es que, por ejemplo, si usted en Guadalajara pregunta de dónde salieron los putos, los tapatíos dicen que vienen de el Sur de Jalisco, y ya ahí, dicen que los putos vienen de Colima, y ya en la ciudad capital del estado, la gente dice que los putos vienen de Manzanillo y ya en la costa, le dicen a uno que los putos salen del mar.

Visité a mis muertitos en Sayula y decidido a ver la danza cósmica sobre el mar inicié la jornada a la costa. Llegué a Cuyutlán, después de tomar el último camión en Colima. Salimos a las cinco de la tarde y luego de un rato pasamos Los Asmoles y luego dejamos atrás el pueblo de Madrid y su río que al cortar el paisaje te permite ver el lejano y poderoso volcán que divide la sierra allá en Jalisco, luego tocamos el municipio de Almería, donde la pobreza contrasta con flores que caen de árboles gigantes. Una sensación enfermiza asfixió la tarde.

Quizá usted no lo sepa, pero Colima es un rincón de México que no se parece a México, es una esquina más emparentada con Hawaii. Luego de cruzar su laguna y sus salinas, finalmente llego a Cuyutlán, región lejana (y de turismo nacional) donde en el siglo viejo en el año de 1932 golpeó con fuerza algo que la gente de aquí llama La Ola Verde. Luego de que el mar retrocedió 300 metros, algo como una pared de 20 metros de altura se sostuvo en el horizonte como si tomara vuelo, y así inició su destructor paso hacia el pueblo, fuerza que arrancó los rieles del tren más de kilometro y medio dentro de el continente y devastó todo a su paso. Si, ellos no lo supieron, pero un tsunami producto de un terremoto de 8.2 grados Richter frente a la costa jaliscience-colimense catapultó al monstruo que aún hoy se recuerda en el escudo de armas del municipio como un pedazo de agua verde que se sale del mar.

Al grado que decir Ola Verde es más referido que el nombre del pueblo.

Corro a buscar un refugio para disfrutar lo que queda de la tarde pero al preguntar por precios de cuartos, mi presupuesto se encoge aún más y no tengo más remedio que caminar sobre la playa buscando algún lugar donde echarme con mi mochila.

El sol poniente torna a rojo, naranja y rosa. Me alejo de la civilización y el temor de adquirir el dengue hemorrágico que asola la región no me detiene, sigo adelante. Y sin haber imaginado entonces que para esta fechas contaríamos los muertos como si fueran quintales de frijoles, me interné en el punto más lejano de esa barra de arena. Llegué a algo como una enramada (una especie de refugio para europeos o gringos o mexicanos jipis) una mujer sola atiende el lugar, me dice que su marido volverá a la mañana siguiente, que no hay problema en que yo me quedé a dormir bajo un techo frágil de palma si le pago 50 pesos. En el mismo espacio hay sillas y mesas, ella tiene un cuartito superchiquito, apenas una puerta y una ventana se dibujan en la estructura. Ya en este punto no existe la luz eléctrica ni focos ni nada, todo son sólo sombras, con decirles que a la mujer nunca le vi el rostro; todo el cotorreo y charla se da en la más absoluta oscuridad pués además la luna llena aún no había aparecido. Luego de compartir momentos tristes de nuestras vidas con personas que ya no compartían con nosotros, la señora me dice: “debes de estar loco para viajar solo”, y, que ella no puede dejarme entrar en su cuarto y que bajo mi propio riesgo me quedo ahí, ya que una vez atrancada su puerta ella no moverá un dedo por nada que pueda estar pasando. Gulp. Me dice adiós al tiempo que escucho como cierra todo en su cuarto.

Voy armando un mapa mental de la posición del planeta. En este periodo de la primavera, sabía yo que Saturno cruzaba el cenit en la constelación de Leo, y con esto en mente me dispuse a ver el universo girar. Después de un rato la luna asomó por el lado izquierdo del océano y comenzó su camino, le llevaba alguna ventaja al planeta pero no tanta como para no tener a ambos cuerpos en un cielo limpio. Me calma el alma, la tristeza e incluso el terror de estar en una playa infestada de dengue y mosquitos. 

A punto de colocarse Saturno en el cenit, siento detrás de mi una presencia, ¡ maldita sea…! al voltear, descubro que debajo de la enramada hay alrededor de diez personas vestidas de algún tono gris y con armamento pesado, armas largas y cascos. Aguanto la respiración. Maldición, sus sombras fantasmales me miran sin decir nada, no se mueven, sólo me observan al tiempo que más tipos armados salen de la oscuridad. Me decido a hablar con ellos y encarando a una imagen borrosa, un hombre me pregunta que qué estoy haciendo ahí a esa hora. Supongo son oficiales de policia y les muestro mi credencial para votar, pero noto desdén, como si no le importara quién soy ni qué hago realmente. Le explico sobre los planetas pero me ignoran y se desplazan al otro lado de una pared que divide la enramada. El “jefe” me dice que todo está en orden que no me preocupe que son marinos y están de descanso. Media hora más tarde, dos muchachos de quienes tampoco logro distinguir sus rostros se aparecen; para este momento yo había abandonado mi área de observación y esperaba en una mesa, saber, qué carajos seguía, es media noche o más tarde. Uno de los recién llegados (con un marcado acento afeminado me interroga), parece estar interesado en saber si estoy completamente solo y si soy buga o joto. 

El otro se va y regresa una hora más tarde con un grupo de chicos que sin decir palabra cruzan al lado donde están los marinos, entonces el chico que viene con los muchachos le pregunta al gay que me estuvo interrogando si yo soy parte del plan. A lo que mi interrogador responde que no, pero que en una de esas a mi también me toca. ¡Maldita sea chingada madre puta perra cola! y la señora y su cuarto sólo hacen todo mas tétrico ya que se que nadie responderá por mi. Intento calmarme y salgo a la arena cerca del mar de nuevo, viendo las estrellas y a Saturno y la Luna irse. 

Poco a poco, la oscuridad absoluta va borrando a los fantasmas, y las armas y los chicos del pueblo… pasados algunos minutos escucho como todos los hombres se incorporan entre gemidos y sonidos guturales en una orgía de la cuál no veo nada, excepto, sombras moverse. Un marino-sombra se queda haciendo guardia. Por mi parte, estoy rendido, no puedo seguir más tiempo despierto pués llevo días de viaje, horas de bus, no he cenado y sólo deseo que Saturno y la Luna no se vayan. Pero terminan desapareciendo. La sombra que me interrogó aparece y me pregunta si quiero una mamada a lo que respondo que no, acto seguido, reconozco la voz del marino con quién hablé. Saco mi sleeping bag, cavo un hoyo en la arena y me acomodo en mi aposento, me introduzco en él y sólo miro al cielo perder el brillo. Todo se va haciendo negro, sin más que las figuras de mi interrogador y el marino señalándome, como si estuvieran decidiendo qué hacer conmigo. Intento mantenerme despierto tanto como sea posible, pero en algún momento y mientras ellos me siguen mirando caigo dormido… despierto alrededor de las seis de la mañana, una luz naranja rojiza alumbra todo. Como si de un cuento de horror-porno se tratase, me reviso el cuerpo. Checo el lugar donde la orgía tuvo lugar, huellas de botas y pies descalzos son los únicos rastros de que lo que escuché y ví no fue una alucinación (llama mi atención no encontrar rastros de condones). Recojo mis cosas y abandono La Ola Verde. Algún día volveré.