Pasados unos meses de descanso, este, su desempleado
de confianza logró escapar de Cielito Lindo gracias a
la siempre oportuna aparición de su contador (si buscan un buen contador no me
llamen, si lo que necesitan es un genio de la contabilidad ya saben, les
rolamos el dato). Pasadas las pruebas solicitadas para demostrar ante el
honorable gobierno de Norteamérica que más allá de mis
necesidades, yo solo visito su país como el mejor turista que un mexicano pueda
ser. Con una visa en mi poder escapo al DF y de ahí al infinito y mas allá. Despegamos. Tres horas más tarde arribamos a la capital latinoamericana
de la Vía Láctea: Miami.
Si, NY, si…L.A... no señores ésta ciudad aun ostenta en su palmarés
el tener al único equipo ganador de Superbowl con
la temporada perfecta (1972), único lugar del universo en que Aquaman podría
vivir y hacer su chamba sin tener que salir de la regadera; región recordada
por haber sido el laboratorio donde se cocinó la victoria de
George Bush Junior luego de una reñida y cerrada (y cuestionada
contienda) en el ya perdido y olvidado año 2000. Entender, que después de ello,
el mundo en que vivimos y morimos nunca volvió a ser igual. De ello ya, doce
largos años.
Más todo cambia y ahí me encontraba yo, viendo los minutos pasar mientras intentaba llenar la forma
migratoria para presentarme ante el oficial de la aduana (esos shots de tequila en el avión me obligan
a repetir la escenita ridículamente por una hora). El oficial me toma de la
mano y llena la forma conmigo, me toma el pasaporte, me sella todo y me otorga
una estancia de seis meses. Yo sólo vengo a celebrar mi cumpleaños y
reencontrarme con la bella lituana del infierno quien es ante todo el motor de
este tonto corazón. ¿Qué sería de esta
mugrosa vida sin un poco de amor? Un traguito nomás.
Ahí está ella con su
maravillosa sonrisa. Trepamos ipso facto en la legendaria ballena púrpura (un viejo Buick propiedad de una anciana en Chicago) que ahora se
ve coronada con unos dados de peluche y una hawaiana que mueve la cadera cada
vez que paramos… un momento, no estamos solos, con nosotros viene un veterano
de las guerras asiáticas, un chico con buena figura, una risa fuera de control,
un norteamericano que sabe de lo que habla, uno de los pocos que no tiene
problemas en decir: Si, la cagué al irme de aventura con los
marines. Su nombre, Jimmy “The Man”.
Miami es una ciudad donde las reglas de tránsito son poco respetadas, y por alguna razón terminamos rodeados de
policías, sigo sin entender nada pues la rubia y el “soldier” están más que
colocados. Ya, Los Marlines están jugando y media milla a la redonda del
estadio es el perímetro de seguridad, nadie respeta a los oficiales; el caos.
Luego de sortear fanáticos y puercos, atravesamos
la ciudad de oeste a este y entonces comienza el malviaje: en cada esquina la
publicidad electoral se asoma. Maldita sea, y yo que venía escapando del
retraso mental nacional. Llegamos a lo que será la guarida de ahora en
adelante, un departamento en la línea que divide al ghetto haitiano de la
superficialidad del Distrito de Diseño. Mis anfitriones lo llaman
cariñosamente: El Submarino. Arrojamos mi equipaje y nos damos a la tarea de
beber y hacer uso de varios tipos de
vitaminas y aglomerados, uno de ellos, unos cubos de azúcar que sospechosamente
sonríen y carcajean. El soldado abre mi boca e inserta uno de los alegres cubos
de ¡¡azúcah!! El fantasma de Celia Cruz
observa y sonríe. Luego de aniquilar los
residuos de harina, la célula me explota
y todo, absolutamente todo, adquiere nuevas dimensiones. En el monitor de una
PC, Snoop Doggy Dog rapea disfrazado de capitán de un submarino y nos invita a
seguirle con un simple: Take it like that!
Pero una vez más, el espanto se brinca la
cerca, y entre canción y canción en el playlist del Youtube, los anuncios electorales
toman por asalto nuestra mini party: de un lado, los republicanos, cagándose en los experimentos sociales del moreno, aplicando la vieja lógica
de querer a la patria, regarla con sangre y darle el rumbo que DEBE seguir. Los
soldados en la pantalla acariciando a sus bebés las mujeres vestidas con los
colores de el lábaro norteamericano, un blanco miserable restriega en mis ojos
la misma frase una y otra vez. Viene el contraataque. Super Obama aparece en el
siguiente anuncio. Pausa. La alegría de los cubos de azúcar acelera y hace
temblar mis piernas, mis oídos se aguzan. Bien, Obama, Super Obama, el epítome de lo que es un superburócrata, ofrece (como todos) lo que
parece imposible: hacer que los ricos paguen más impuestos, invertir en
educación y salud, reducir el déficit de UN TRILLÓN DE DOLARES y
termina acusando a sus rivales de querer darle todo al 1% y gastar más en el ejército.
Gancho al hígado. Mi mente se encuentra en shock, aturdida. Jimmy “The Man” toma las riendas del viaje y
nos escupe la primera de sus grandes netas:¿Que Dios salve
a América?...al diablo con eso, ¡¡Que Dios salve a las corporaciones norteamericanas!! ¿Sabes? Hace veinte años yo no habría tenido que unirme al
navy para no morir de hambre y
vergüenza, habría tenido un empleo de 16.50 la hora y ahorita estaría comprando
propiedades en Cancún, pero no, esos hijos de perra, empezando por el padre y
luego el hijo, nos encerraron en este carrusel sin fin de miseria y pobreza. Y ahora me dicen que nos
recortarán las pensiones a los veteranos. FUCK.
La bella lituana que ha estado callada por fin
deja que su lengua se suelte: No creo que lo hagan Jimmy, es un año electoral, no pueden echarse encima a todos esos lunáticos con armas y
hambrientos de sangre. De la nada aparece tocando la puerta un viejo punk, de
esos que peleaba contra el sistema y ahora sin menor reparo nos espeta: lo
único que podemos hacer es votar por Romney, saben, se rumora que una vez que él gane, los ricos volverán a gastar su dinero en América y podremos por fin ver la luz. Las risas no se
hacen esperar.
El norteamericano promedio sumergido en su
propio Ouroboros, esperando que algo o alguien de alguna manera los saque de la
miseria espiritual y económica en la que están sumergidos. El veterano suelta
otra perla: ¿Qué hacemos si por
día incrementamos nuestra deuda en 25 millones de dólares? ¿Qué hacemos? Yo digo que dejemos todo y
nos vayamos a México, no puede ser peor que aquí. (JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA). Sin
palabras.
Yo les digo que la claustrofobia del submarino
me está enloqueciendo y que no siendo yo ciudadano, no quiero hablar más del tema. Y es que no hay porqué amargarse
cuando uno está lejos de Televisa y el rostro
sonriente de La Gaviota. Más al salir a la calle, el poder de la ¡¡azúca!! combinada con los rostros de
todos los candidatos a sheriffs, fiscales, diputados y jefes de bomberos me hacen
vomitar. De súbito, al levantar la vista, me doy cuenta que un búho me observa
fríamente, sus ojos me diseccionan, puedo ver mis vísceras y mis huesos en su
mirada. La lituana me da un bofetón, me sacude, me abraza. Pero el búho, el
búho me mira con fiereza y todas estas palomas mojadas alrededor mío lo hacen todo turbio y enfermizo. Pero el búho no hace nada, debería
atacarlas y comerlas…. pero no lo hace, y es porque al igual que casi todo en
Miami, el búho es artificial, es usado para espantar aves menores pero hoy, hoy
está fallando. Como todas aquellas cosas
que no tienen futuro, aferrarse a las glorias pasadas es la única manera de
mantener la vertical en un mundo en declive así que pongo en
mi mente el rostro de Sara García para recuperarme. Faltan algunas
horas antes que caiga el sol. Matamos lo que queda del harinero con vitamina C
y nos lanzamos a la aventura. Me siento protegido, saben, caminar con blancos
en este país de minorías es la garantía de que no serás arrestado por parecer
un pizca naranjas. Si, no olvidar que esto sigue siendo el sur racista y republicano y
gusanero de nuestros sueños más dulces. Ya tú sabeh mamih.
Caminamos…y seguimos caminando. El efecto
catalizador de las moléculas nos transforma en animalillos alegres. Subimos al
bus, y todo arranca como en un videojuego. Jimmy fustiga la forma de manejar de
el chofer, la belleza del Báltico intenta (sin lograrlo) aparentar normalidad.
Jimmy sigue hostigando a la mujer chofer (los choferes de bus en Norteamérica
son famosos por su paciencia de santos). Nuestro veterano intenta explicarle
que la mejor manera de salir adelante en esta vida es no solo no rendirse sino sonreír
un poco a los usuarios de vez en cuando. La mujer nos ve a todos por el
retrovisor. Sudo.
El transporte nos escupe en la OMNI, algo así
como Balderas pero con adolescentes en tanga esperando al mítico y legendario
ANIMAL, nombre cariñoso con que se le apoda a la línea que cruza la bahía rumbo
a la playa por el área mas lujosa y chic de Miami, nada que ver con los otros
dos puentes que, o son para los que tienen coche o aquellos que limpian
escusados. Jamás lo he visto y con todo…ahí está, el pequeño bus turístico con
su nombre fulgurando: A-Venetian Causeway. Corremos tan rápido como podemos, en
eso a una de las chiquillas que estaba en otra fila se le vuela la parte
superior del bikini dorado. El hermoso par de tetas parece querer decirme algo
y con una de sus boquitas, la chichi izquierda me arroja un tímido beso. Nos
trepamos en el limpísimo y lustroso autobús. Un sol de película teje colores
que van del rosa al salmón y de ahí al naranja y en ese sentido todo el rango
hasta llegar al morado y si, vamos cruzando el típico puentecillo, erigido en
los viejos tiempos por el señor Collins quien tuvo a bien acaparar todos los
terrenos del área y erigir poco a poco eso que usted ve en la tele cada vez que
se queda viendo al Gordo y La Flaca o a Don Francisco. Las neuronas de todos juntos son suficientes
para sentir y entender que este puente lo estamos cruzando como una manera de
expiar nuestras culpas: joder, que nada de esto existiría si los ricos fueran
pobres y en vez de mansiones de estilo mediterráneo tuviéramos chabolas con
niños sacándose los mocos y a sus madres vendiendo salchipapas.
Es simplemente fascinante y uno no deja de
pensar:¿Cuánta coca moviste?¿A cuántos votantes engañaste?¿Qué países tuvo uno que esquilmar para otorgarse a uno mismo un trocito de
paraíso?. De jodido tiene que ser uno un sátrapa o el
testaferro del Partido Verde mexicano…y suspira uno al imaginarlos aquí, en
este barrio, metiéndose la mejor cocaína suramericana y cogiendo con las perras más fabulosas del este de Europa. Una vez más, la maldita política se cuela
entre mis recuerdos y enloda el paisaje de mujeres haciendo jogging, de morenos
kayakeando o jugando carreritas en la laguna con sus motojets. Una mujer de
unos 43, anda de tacones altos y falda ajustada al tiempo que acaricia la calva
de su judío y anciano marido en una terraza que mis ojos biónicos alcanza a ver. Más pasajeros suben, franceses e
israelíes toman la nave por asalto (cuando los gringos cruzan el charco y van a
Paris y Tel Aviv ellos toman Miami). Y con todo, las gatas y las mulas y los metecos
de siempre atestan el bus, la ignorada e invisible horda que asiste y sirve a
este feudo de ganadores y gente exitosa. Siento una patada en mi cabeza.
Nuestro veterano enloquece de golpe, solicita bajar y beber dos shots más de bourbon.
No veo por qué no, saben, si algo he aprendido en 35 años de gloria absoluta
es que a un borracho que sabe manejar armas uno no le dice que no. Y éste
siempre carga su escuadra .45, total que, sin sentir miedo ni temor alguno,
bajamos, es Miami Beach, nada puede salir mal. El viejo cubano que maneja nos
regaña: Oye chico que esto no es lo que me dijite al subir, falta mucho pa’
la playa…¿qué tú quiere que
te lleve? Regresamos al bus de un salto.
Arranca. Y entonces, acelerando y sin
detenerse, el cabrón cubano da un giro inesperado, toma
el timón de su nave y lo tuerce a estribor sin pensar en las consecuencias… (haiga
sido como haiga sido), el trancazo lisérgico torna la escena en una película de
horror: el tiempo se detiene, en el horizonte veo la playa y no vamos en su
dirección, los demás pasajeros gritan al sentir el vértigo de la nave y al dar
la vuelta casi completamente, una camioneta de la policía aparece como un rayo;
un mal encarado bulldog blanco se quita sus gafas mientras la sincronía sigue
jugando su papel pues la gigantesca estrella que pende de su pecho nos indica que es un peso pesado quien nos
mira a todos con furia. Sus ojos lo dicen todo y su placa fulgura con sus seis
picos brillando: ¿Qué demonios estás
haciendo fuera de la ruta y en mi territorio negro de mierda? Pudo haberse leído también como: Esto lo van a
pagar caro.
Un meteco callado grita de golpe:¡¡¡ Es el jefe de la policía y nos va a llevar al infierno!!!
Un meteco callado grita de golpe:¡¡¡ Es el jefe de la policía y nos va a llevar al infierno!!!
Por un instante, casi siento como chocamos con
la patrulla encubierta, la aventura se acabó… … no, no
podemos terminar así, a nuestro lado tenemos, no a un
chofer, tenemos a un piloto experimentado, un Ayrton Senna del transporte público
del condado de Miami-Dade quien con ojos saltones acelera y termina de torcer el
volante y se sale con la suya… para en un lugar prohibido y abre las puertas.
Si lo
que quería era asustarnos, lo logró, pero si lo que quería era
presumirnos sus dotes de capitán de nave, lo hizo magistralmente. Me quito el
sombrero, hermano, jamás te olvidaremos. Volteo y alcanzo a ver a cinco
policías en bicicleta rodear el camión, hay bastardos y hay gente con suerte.
Nadie salió lastimado.
South Beach es finalmente lo que realmente reconocemos
mundialmente como Miami, un banco de arena separado del continente por una gran laguna. Si usted tiene otra idea,
olvídelo, Miami, la ciudad por si sola es ese gran basurero de rascacielos vacíos empujados por el poder del
lavado de dinero y cada raya de cocaína que este pueblo noble y temeroso de
Dios consume como si fueran Whoppers de Burger King.
Nos perdemos entre la multitud de gente
hermosa, familias, judíos que regresan de las escuelas de Talmud, latinas
groseras y tiendas de lujo y diseño. Las luces de neón se funden con lo que
queda de mi cerebelo y producen juegos pirotécnicos al estilo Olympic Games. Quedan unos rayos de sol,
los suficientes para correr a la playa sin parar. El Atlántico se abre y detrás
nuestro, la civilización más cara de la historia de la
humanidad echa lumbre, se deletrea a sí
misma, se recrea en su vanidad. Adelante, un océano infecto de dolor y miseria,
ya sea por la esclavitud que lo cruzó o por que en estas playas alguna
vez, gente pacífica danzaba y comían bien sin más ropa que unas palmas y plumas
de aves. Igual cabe resaltar que esta parte de la península de Florida inició sus actividades comerciales con pequeños asentamientos de europeos y
mestizos que a la espera de un nuevo naufragio para rapiñar como se debe
instauraron este escondite para aquellos que o lo tienen todo o no tienen nada.
Un arcoíris enmarca mis pensamientos, mientras el soldado y la rubia se
sumergen en el mar, su euforia los ha hecho olvidar que van vestidos y en un
acto de simple liberación se arrancan sus ropas. Él grita: ¡¡¡¡Maldición, mi Iphone!!!!. Ella dice: Qué buen aceite.
Lo que más me gusta de aceitarme antes de nadar
en el cosmos es ver a los pezones mandar besos con sus pequeñas bocas. Salud
nenas. Si, la decencia no es moneda de cambio en esta playa. Unas neoyorquinas hurgan
en la arena buscando conchas y solo sacan tenedores de plástico y basura en
general. Mi mirada de águila combinada con la influencia de los caramelos me
hace encontrar una hermosa concha blanca. Se las otorgo. Una de ellas cree haber
hallado algo…y sólo saca de la arena un hueso seco de
mango. Qué triste debe ser venir desde la gran manzana para encontrar solo
cadáveres de frutas tropicales, eso y no saber distinguir entre una concha y y
un pañal para bebés. El arcoíris se desvanece y el
viento gira, puede uno ver como el sistema se va cerrando y los rayos en el
horizonte nos anuncian la tormenta. ¡¡¡KRAAAAAAMMMMMM!!!!!
La bella lituana pasea su enorme y delicioso
trasero al tiempo que enarbola una bandera pirata…bueno no es bandera, es una
playera con una calavera y dos espadas cruzadas que brilla en la oscuridad. Declaramos
tomada la playa en memoria del holocausto
indígena del 1500 (y en adelante) y reanudamos la aventura. Jimmy bucea
buscando cada dólar que ha salido de su bolsillo. Un borracho amenaza con
buscar pelea para definir quién se va con la huera de campeonato. No pasa a
mayores. El impasse es suave, salimos de la playa y notamos que el
paisaje ha cambiado, no más familias, no más franceses. En su lugar los grandes
potentados rolando en sus Lamborghinis y Hummers.
Monstruos de egoísmo y codicia y lujuria
atestan la Avenida Washington, mujeres con vestidos maravillosos y tetas de
policarbonos experimentales, hombres con más operaciones faciales que Michael
Jackson antes de morir. Es inevitable girar la cabeza ante tal freak show, mis axiones no pueden evitar
buscar el brillo de cada Rolex o Phillipe Patek. Intentamos entrar a un bar. Somos
inmediatamente expulsados pues entre la arena y el olor a agua salada estamos
destruyendo el estilo del lobby. Hemos sido expulsados a las primeras de cambio de esta Disneylandia
perversa y llena de moléculas y gente que en cada suspiro exhala asco y dinero.
Tomamos el bus de regreso a donde pertenecemos, al continente, ajenos al color
y la chapucería sinsentido. Ya no cruzamos por el paraíso, lo hacemos por el puente
de la clase trabajadora, y con todo, el panorama de la ciudad desde la playa es
sencillamente mágico. El terror nos escupe de nuevo.
Pendones y letreros recibiendo a los muchachos que
vienen de pelear en Asia agregan el condimento espartano a nuestro viaje y, oh sorpresa, el
nuevo carril del puente está dedicado a un trooper
de una legión perdida de estos nuevos romanos en quiebra. Llegamos a Mike’s
Bar, sitio de encuentro swinger y billar con un trébol irlandés como estandarte.
Subimos el elevador que nos lleva a la terraza pues necesitamos una parada de
seguridad, nos encontramos excitados y con ganas de coger; bucear por la noche
en esta ciudad de demonios y sexo requiere enfriarse un poco la cabeza, no es
un chiste nomás irse a tirar pata por ahí; Miami
es la capital norteamericana del VIH.
En Mike’s la atmosfera es similar a la de la
playa excepto que aquí ya todos están fumigados. Un boliviano, una chola
tailandesa que lleva veinte años viviendo a acá y una europea del este nos aceptan en su mesa. Hablan de negocios,
nos examinan. Una de ellas va a su cuarto del edificio y regresa con un reloj.
Se lo entrega al veterano de Irak y le dice: James, seguro no recuerdas que
dejaste este pedazo de basura en mi auto la semana pasada ¿verdad? Y Jimmy estalla con un: Claro, son ustedes, las perras esas que
me tomaron por asalto y me succionaron todo el dinero en esa noche que
terminamos dentro de un auto en la
playa. Todos reímos.
De golpe, mi sentido arácnido lanza una alarma.
A nuestro lado, un par de ballenas belugas se toquetean y se introducen la
lengua en cada orificio del rostro. Me asqueo y voy al baño. Ya adentro, en el
reflejo del agua de la taza del baño
aparece una palabra: Shalom. Volteo al techo y escrito al revés, algún judío decadente
dejó un regalo para que aquellos que sabemos, podamos ver y entendamos que
Dios no sólo nos quiere, también disfruta
dándonos la bienvenida al infierno cuando es necesario. La beluga macho se me
acerca ofreciéndome mercancía. Lo evito y regreso a la mesa. El animal vuelve a
su área para seguirse fajando a la otra beluga de quien no atino a notar la
diferencia entre su estomago y su cara, ambas, flácidas como el coño de una mujer de la noche retirada del campo de batalla. Se siguen
besando y nos incomodan a todos. La gente que ya estaba en la mesa les ignora
pero nuestro soldado no puede evitar ir a saludar al caballero cetáceo. Regresa
eufórico, nos pregunta que cuanto cash cargamos,
que es hora de recargar el stash de
harina, que ese tipo es el ¨bueno¨. Me hago bien pendejo, no quiero ser yo el
tonto que le pague los tragos a esos animales, si quieren beber que trabajen en
un circo, a esquilmar a su madre.
Pero nuestro Jimmy a pesar de ser un tipo agudo
pierde en esta mano; le entrega una buena cantidad de billetes verdes a la
bestia marina que aparte de tener bigotes es a todas luces un embaucador
consumado. La chola le dice al joven veterano: No seas pendejo…. pero es interrumpida
ante la visita del personaje. Una mesera bizca, una belleza rubia de ojos
cruzados me mira como queriendo decirme: Detén el desastre. El gordo asqueroso
nos saluda a todos como si fuésemos grandes amigos, nos toma fotos, se toma una
foto con la lituana y nos dice con el dinero en la mano que pronto regresa…
Una hora ha pasado, no podemos más que reírnos
de Jimmy y su buen corazón. Si, el tipo jamás regresó. Luego de haberle
metido mano y haberle lamido hasta los dedos dejó a la sexy ballena hembra con una
cuenta de 200 dólares. La mujer-bestia gime, chilla, insulta a los cuatro
vientos al género masculino. La bizca ejerce marcación personal, Jimmy se les
acerca y con un teléfono sigue intentando llamar a “Armando”. La gorda espera a
su “novio” para que pague la cuenta, el guerrero, a que regrese con la bolsa de mercancía prometida. Más
gente borracha va y viene. Entran al baño y salen rascándose la nariz. Cuando
uno ve los carteles de la nueva serie de TV Caracol con un Pablo Escobar
maligno y el título de la serie: “El Patrón del Mal”
enmarcando cada esquina de la ciudad, uno piensa en la desvergüenza y la falta
de memoria… Miami no sería esto de no ser por aquellos legendarios embarques de
la mejor cocaína colombiana que haya llegado a Estados Unidos jamás. Literalmente,
El Patrón invirtió mucho dinero en infraestructura y bienes raíces, y si,
lavanderías para blanquear lo malhabido. Jimmy The Man sigue esperando a que el
puerco acuático regrese con su dama a seguir con el ballet del amor…pero son ya
dos horas y nada pasa. Resignado, nos sugiere largarnos al ghetto, el muchacho
necesita muchas drogas y nada fluye en este contexto. Le seguimos. La dulce
nena del Báltico me acaricia la nuca y me besa. Aún en una noche
de apariencias y deformidades, el amor aparece como una ráfaga de fresca brisa.
Nos vamos.
De regreso al submarino, más y más publicidad electoral, mas
perdedores mendigando en las calles. Los Delfines han perdido un juego de
pretemporada contra los Bucaneros de la otra gran ciudad de la península, el
húmedo y salino olor del mar huele a derrota. La urgencia de orinar nos hace
quemar nuestros últimos dólares para poder llegar a buen puerto. El boulevard
se desdibuja a cada metro y la desfiguración de los rostros me hace cerrar mi
cerebro. Sólo escucho como nuestro soldado de
abordo fustiga al taxista con preguntas sobre estupefacientes y la periodicidad
con la que el chofer los usa. El haitiano que maneja la bala amarilla solo ríe
y le dice que si a todo…
Aterrizamos en la base, horas después de haber
dejado mi maleta en este cuarto. Ella, cansada pero alegre no hace más que reír
de todo cuanto vimos, él, desesperado y en un tono heroico cierra la noche: Tú te quedas con ella para defenderla,
yo iré sabe a dónde, necesito mi medicina. Arranca en un convertible plateado y
quema llanta, al tiempo que agua caliente y vientos huracanados arrasan el
boulevard. ¿Porqué lo dejamos ir?
Idiotas. El tiempo pasa, la angustia nos invade. Andrea le llama por teléfono y
él solo resta a decir: Los amo, si nunca vuelvo, jamás me olviden. Cuelga entre mocos y llanto.
Mortificados no podemos hacer más que lo que una
tripulación que se respete haría: bebemos a morir mientras mandamos mensajes y
esperamos respuesta. Nada. Nuestro hombre al agua es el prototipo de lo que es
un buen americano, un hombre que sabe lo que hace y sigue su intuición hasta
las últimas consecuencias, sólo que la tormenta está en su peor
momento (las ondas de choque de los rayos al caer se sienten por todos lados) y
cualquier cosa puede suceder. La muerte no tiene horarios. Gulp.
Una vez más en Youtube, la repetitiva letanía: Vota por mí y recupera tu patria de costumbres ajenas y gente extraña. Vota por mí y te salvaré de las garras de esos monstruos. Vota por mí, vota por mí, vota por mí… hojeo una revista de futbol americano y solo hay mujeres semidesnudas y anuncios para unirte a cualquiera de las caras de los ejércitos del Imperio. Regreso al internet.
Algo debe estar realmente podrido si Cristina
Saralegui, la eterna defensora de las causas justas y los talk show con acento habanero deposita su dinero y su imagen en un anuncio apoyando al presidente en la red, ella, la
madre crótalo de todas estas ratas latinas y millonarias está del lado del
Super Burócrata, si, USA perdió el camino hace mucho y pocos quieren
aceptarlo. Es un gran país, sin duda alguna, la encarnación (al menos como
ideal) de todo aquello que consideramos justo y bueno pero no nos engañemos,
Estados Unidos está en venta al mejor postor desde su nuevo rostro, el de una Unión Soviética del capitalismo.
Éstas ideas se
ven interrumpidas por un sonidito. Pip-pip-pip…llega el mensaje y la angustia
nos atraviesa con su espada oxidada. ¿Lo habrán detenido? ¿Es un oficial anunciándonos su muerte? ¡¡¡No!!!… es
nuestro chico, nuestro héroe, ese que aun enloquecido sabe lo que hace (excepto
cuando le da dinero a desconocidos). El mensaje reza textualmente: Soy el
policía blanco en el ghetto negro, todo está bien, he encontrado a mi hermano
CripBoyd. A mí me gusta la gasolina.
No hemos vuelto a saber de él, por cierto.
En el bajón absoluto de 16 horas de delirio y
terror, de amor y arcoíris, de mar y arena, de pérdida y alucinaciones, los pájaros cantan y la tormenta se aleja. La
ciudad que ostenta la corona de la NBA
con su Lebron James al mando no es tan mala después de todo, nos toma en
su seno y nos susurra: Ya tú sabeh papih la cosa es así por
aquí. El azúcar se evapora de mi sistema.
Mamá, estoy en Miami. Cielito Lindo si
muero lejos de tí…