lunes, 30 de noviembre de 2015

Fuego negro.


Hay una vieja iglesia en estas tierras y nadie sabe quién la construyó.
Es todas ella blanca, como hecha de sal.

Está abandonada, nadie rinde culto ya en su azotea venida abajo ni en su sagrario borrado de toda memoria. Esas estructuras de otro tiempo, perdidas en el desierto. En ellas hay espejos olvidados, fuetes de caballos que ya no existen cuelgan de las vigas.

Anuncian los coyotes la llegada de la noche, nos alejamos de las ruinas.

Sin embargo, las luces del norte golpearon y la iluminaron.
Las estructuras frente a nuestros ojos dibujan ya otro paisaje,
esta no es la tierra que quema el sol, aquí cantan tecolotes.

Lo que reconocimos como templos, son ahora puntas infectas que inyectan en todo el hedor de la cruz. Andamos por el llano, precisamos crear un fuego, el invierno toca la puerta.

Cubramos la lumbre, debe ser secreto, ha de ser negro. El astro rey morirá.

A lo lejos, suenan las campanas. Esperemos que no nos hallen.