A Javier Moro
Me han dejado salir. Si. Nada en este mundo podía detenerme ni tenerme
aprisionado en ese manicomio. La libertad de salir a vulgarizar la realidad ha
alimentado mis sueños durante todos estos años. ¡Sin carpa no hay circo!
aullaba el viejo Thompson mientras era sacado en andas por parte del sistema de
seguridad, de eso hace ya bastantes años. Recojo en un frasco de vidrio
los restos de un panal de avispas. La penumbra me acompaña, a lo lejos,
el tren marcha. Corro como jamás lo había hecho, despego y mi garra se aferra a
la escalerilla. Dos tipos de extraña y ridícula facha me observan desde la
oscuridad de su carro. Me acerco, no, no son magos, son leones.
Silencio. Pasa el gorila que mantiene la disciplina en este tren. Uno de
esos "chicos grandes" que golpean las estacas de hierro para levantar
al circo pero que durante los viajes se convierte en verdugos. Me muevo
sigilosamente. Nadie nunca me encontrará. El carro siguiente huele bien, muy
bien. Me escurro en él. Una mujer se afeita mientras la otra hace tocar la
punta de su lengua con las puntas de sus pies, una tercera traga fuego mientras
llora. Se que aquella otra es la enana y no trae calzones. Los cuchillos
vuelan, los elefantes barritan. Este tren nadie lo para. El hambre golpea. La máquina
acelera. No encuentro ni pan ni miel. Veo pasar a un domador sin cabeza y el
oso baila. Horda de tigres frenéticos y en activo me ha ubicado, saben que soy
el polizonte que todos están oliendo. Me amarran a una tabla redonda. El tren
no para.
Hacen girar la rueda, los cuchillos vuelan. ¡Zuf! ¡Swift!
Mi cabello cae a cada corte de cuchillo. Los payasos ebrios me señalan,
uno de ellos coloca un espejo enfrente. Me arranca una sonrisa, por fin veo
dentro de mí. La mujer araña teje con sus patas delanteras, me guiña un ojo
haciéndome su cómplice oscuro. Aún sin pelo y con un machete incrustado en mi
rostro estoy seguro de que ella quiere comerme. Ambos lo sabemos.
El maestro de ceremonias del circo aparece junto con la bailarina, me
miran. Ríen, los trapecistas, los animales... las hienas lloran. Los
hilos de sangre dibujan algo en el suelo del carro, siento que me voy. El
frasco escapa de mi chaqueta como resultado del proceso de centrifugado al que
he sido sometido. Y yo que ya estaba afuera. Truena. Las avispas me vengan...
maldito freak show, tiene un problema, como todo lo que está hecho de buenas
intenciones, sólo es otro camino pavimentado directo al infierno.
Lágrimas. El público arrojaba flores.