miércoles, 27 de febrero de 2013

Sin carpa no hay circo.

A Javier Moro


Me han dejado salir. Si. Nada en este mundo podía detenerme ni tenerme aprisionado en ese manicomio. La libertad de salir a vulgarizar la realidad ha alimentado mis sueños durante todos estos años. ¡Sin carpa no hay circo! aullaba el viejo Thompson mientras era sacado en andas por parte del sistema de seguridad, de eso hace ya bastantes años.  Recojo en un frasco de vidrio los restos de un panal de avispas.  La penumbra me acompaña, a lo lejos, el tren marcha. Corro como jamás lo había hecho, despego y mi garra se aferra a la escalerilla. Dos tipos de extraña y ridícula facha me observan desde la oscuridad de su carro. Me acerco, no, no son magos, son leones.

Silencio. Pasa el gorila que mantiene la disciplina en este tren. Uno de esos "chicos grandes" que golpean las estacas de hierro para levantar al circo pero que durante los viajes se convierte en verdugos. Me muevo sigilosamente. Nadie nunca me encontrará. El carro siguiente huele bien, muy bien. Me escurro en él. Una mujer se afeita mientras la otra hace tocar la punta de su lengua con las puntas de sus pies, una tercera traga fuego mientras llora.  Se que aquella otra es la enana y  no trae calzones. Los cuchillos vuelan, los elefantes barritan. Este tren nadie lo para. El hambre golpea. La máquina acelera. No encuentro ni pan ni miel. Veo pasar a un domador sin cabeza y el oso baila. Horda de tigres frenéticos y en activo me ha ubicado, saben que soy el polizonte que todos están oliendo. Me amarran a una tabla redonda. El tren no para.

Hacen girar la rueda,  los cuchillos vuelan. ¡Zuf! ¡Swift!

Mi cabello cae a cada corte de cuchillo. Los payasos ebrios me señalan, uno de ellos coloca un espejo enfrente. Me arranca una sonrisa, por fin veo dentro de mí. La mujer araña teje con sus patas delanteras, me guiña un ojo haciéndome su cómplice oscuro. Aún sin pelo y con un machete incrustado en mi rostro estoy seguro de que ella quiere comerme. Ambos lo sabemos.

El maestro de ceremonias del circo aparece junto con la bailarina, me miran. Ríen, los trapecistas, los animales... las hienas lloran. Los hilos de sangre dibujan algo en el suelo del carro, siento que me voy. El frasco escapa de mi chaqueta como resultado del proceso de centrifugado al que he sido sometido. Y yo que ya estaba afuera. Truena. Las avispas me vengan... maldito freak show, tiene un problema, como todo lo que está hecho de buenas intenciones, sólo es otro camino pavimentado directo al infierno.

Lágrimas. El público arrojaba flores.